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Crítica: «Lincoln»

26 Ene

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«¡Soy el presidente de los Estados Unidos de América, investido con un poder inmenso!»

Dirección: Steven Spielberg

Guión: Tony Kushner

Reparto: Daniel Day-Lewis, Sally Field, David Strathairn, Joseph Gordon-Levitt, James Spader, Hal Holbrook, Tommy Lee Jones, John Hawkes, Jackie Earle Haley, Bruce McGill, Tim Blake Nelson, Joseph Cross, Jared Harris, Lee Pace

Fotografía: Janusz Kaminski

Montaje: Michael Kahn

Música: John Williams

Dirección artística: Rick Carter

Productores: Kathleen Kennedy, Steven Spielberg

Productores ejecutivos: Jonathan King, Daniel Lupi, Jeff Skoll

Productora: DreamWorks Pictures, Twentieth Century Fox Film Corporation, Reliance Entertainment, Participant Media, Amblin Entertainment, The Kennedy/Marshall Company, Imagine Entertainment, Office Seekers Productions, Parkes/MacDonald Productions

Muchos, entre los que me encuentro, teníamos un comprensible temor ante la posibilidad de que con Lincoln, Spielberg realizaría un retrato benevolente y mitómano del decimosexto presidente los Estados Unidos, elevándolo a poco menos que un santo. Por suerte, lo que nos ofrece el nuevo film del director de Cincinnati no es tanto un biopic al uso como una radiografía de los entresijos de la política estadounidense de la época, tomando la votación de la decimotercera enmienda como piedra angular sobre la que se sustenta todo el entramado desplegado con precisión quirúrgica en el guión escrito por el premiado Tony Kushner (Munich).

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Lo primero que debe quedar claro es que, imprecisiones históricas aparte, Abraham Lincoln no es retratado como caballero perfecto que muchos ven en él. Sus intenciones pueden ser de lo más loables y justas pero ello no nos debe hacer obviar los instrumentos que utiliza para conseguir tales fines. La corrupción y la podredumbre de la clase política se despliegan ante nuestros ojos con suma naturalidad (al fin y al cabo estamos curados de espanto), y el propio presidente haciendo uso de prerrogativas casi absolutistas de dudosa legalidad demuestra que, al menos para él, el fin justifica los medios. Estamos ante un presidente que actúa contrarreloj para aprobar una enmienda que hará historia, que abolirá la esclavitud y a la que una firma precipitada de la paz con los estados del sur terminaría con su muerte de forma prematura. El mismo presidente que ante tal vicisitud no duda en prolongar la contienda artificialmente, aumentando el número de bajas, minando la moral de un país fracturado, y todo en pro de una medida con la que no todo el mundo, tanto de dentro como externo a su gabinete, comulga.

Para narrar esta historia, tito Spielberg se modera, somete la forma ante el contenido, dejando que esta fluya a través de los excelentes diálogos y los superlativos intérpretes que los recitan. Hay un par de momentos en los que Spielberg da rienda suelta a su imaginería y, todo hay que decirlo, son los momentos menos inspirados de un film cuya puesta en escena, por lo demás, rezuma contención, intimismo y solemnidad por los cuatro costados. La cámara nunca se luce, registra los hechos de manera bastante aséptica, con escaso movimiento y sin estridencias. La película no necesitaba más y Spielberg lo sabe.

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A ello contribuyen unos actores inspirados no, lo siguiente. No escribiré el manido comentario de que Daniel Day-Lewis es Abraham Lincoln, es absurdo e imposible de afirmar. Me limitaré a decir que a quien veo en pantalla no es al actor británico, veo a una persona resuelta, cercana, con una gestualidad e idiosincrasia propias. Es una transformación impresionante que no sirve para otra cosa que para, esta vez sí, afirmar sin miedo que estamos ante el mejor actor del mundo. No estamos ante la típica actuación que eclipsa al resto del elenco, Lewis se sitúa al mismo nivel que sus compañeros. Sus palmaditas en la espalda, sus saludos, conversaciones, estrechamientos de manos,… Sin duda, la interpretación más solidaria que le he visto.

El guante lanzado por Lewis es aprovechado por unos excelentes Tommy Lee Jones, como el abolicionista Thadeus Stevens; Sally Field, como la estoica y elocuente mujer de Lincoln; James Spader, como ese borrachín que sirve de alivio cómico en la cinta, o David Strathairn, como William Seward, para lucirse ante la cámara. Joseph Gordon-Levitt es quizás el personaje más deslucido y desaprovechado y da la sensación de que si se hubiera eliminado su participación en el montaje final, el resultado no habría sido muy diferente del que se nos ha mostrado en la sala de cine. Eso sí, el chaval fijo que recuerda durante años el tremendo sopapo que le lanza Lewis en uno de los momentos más intensos de la cinta.

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Otro elemento fundamental de todo proyecto dirigido por Spielberg es la música que, como es costumbre, corre a cargo del incombustible John Williams y contribuye a reforzar los lazos emocionales con el espectador, enfatizando los momentos álgidos de la votación pero sin resultar tan innecesariamente omnipresente como en War Horse. Kaminski, el dire de foto, sigue los pasos del mandamás y se muestra aquí más contenido que nunca, evitando sus en ocasiones molestas sobreexposiciones a la luz. Por lo que respecta al resto de los apartados técnicos, no cabe decir otra cosa que no sea la de que todos rayan a un nivel sobresaliente.

Lincoln es por tanto una obra inmensa que, aunque suene a coña, reafirma la madurez alcanzada por Spielberg en los últimos 20 años tanto a nivel narrativo como estético, desplegando una sabiduría de la que pocos pueden hacer gala hoy en día. Una radiografía política perfectamente extrapolable a nuestros días. Desde ya, mi favorita para los Oscar de este año.

 
1 comentario

Publicado por en 26 enero, 2013 en Crítica

 

Una respuesta a “Crítica: «Lincoln»

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